Alguna vez les habrá pasado de soñar que andan desnudos por el mundo. Y tal vez hayan sentido vergüenza por eso. (En realidad no estoy desnudo -diría Descartes- pues se trata solamente de un sueño; pero la vergüenza que siento sí es real, es legítima, e incluso me demuestra que existo). En el análisis psicoanalítico, soñar que se está desnudo suele ser interpretado como la manifestación de un sentimiento de indefensión, de saberse expuesto y desarmado. Porque la desnudez es eso: estar desarmado ante la mirada del otro. Y viceversa. Aunque no en todos los casos es así, pues para algunas personas animarse a estar desnudo, mostrándose, puede funcionar también como una reafirmación. Algo así como decir: "Yo me animo a algo a lo cual vos no te animás; allí donde vos te sentís indefenso o cohibido, yo hago de esa desnudez una fortaleza."
Spencer Tunick es un fotógrafo. En mi opinión, también un artista. Pero para muchas personas además ha representado una excusa. Porque Tunick fotografía personas desnudas. Por lo general, multitudes desnudas, en contextos urbanos en los cuales un desnudo es algo que escapa de lo normal. Si buscan en Internet, podrán ver algunos de sus trabajos. También pueden visitar su página web. Miren sus fotos. Alguna vez Tunick estuvo en Buenos Aires. También en México, Bogotá, Chile, y muchos otros lugares.
La desnudez claramente guarda una íntima relación con el tema de la mirada de los demás. En un mundo donde todos fuésemos ciegos, la desnudez tendría otro sentido. Podemos pensarlo también en función de la cosmogonía cristiana: el pecado original, que supone una relación directa con la desobediencia, aparece atado a su vez al conocimiento (el pecado fue comer el fruto del árbol prohibido, el de la sabiduría, a partir de lo cual el hombre supo que estaba desnudo; pérdida de la inocencia por partida doble: por la desobediencia en sí misma y porque a partir de ella conoció lo que antes inocentemente desconocía). La primera evidencia del pecado fue el sabernos desnudos ante la mirada del Gran Otro, y sentir vergüenza por ello. Curiosamente, ya perdida la inocencia, una rebelión posible pasa a estar dada, en la misma cultura, ya no por cubrirse, sino por exhibirse sin pudor. Tal vez porque del mismo modo que en su momento el conocimiento fue poder (conozco que estoy desnudo), también la superación del pudor es una demostración de fuerza, en tanto se opone al juicio crítico del otro.
Como para hacer algo divertido, poniendo además en evidencia esta cuestión del poder de la mirada del otro, les propongo que en los comentarios a esta entrada cuenten esa anécdota, la de aquella vez que casi te moriste de vergüenza. La idea es, por un lado, verificar que a todos nos suceden este-tipo-de-cosas. Pero además dejar en claro que detrás de cada situación vergonzosa estará de seguro presente como una constante la mirada, real o potencial, de algún otro, juzgando, objetivizando, diciendo o (esto a veces es peor) callando lapidariamente.
Como las cosmogonías siempre son ilustrativas, y volviendo al tema de Adán y Eva, es interesante verificar en este sentido que en nuestra cultura mítica ellos fueron los primeros seres en sentir vergüenza. Esto les pasó ante la mirada de Dios, en el momento de saberse desnudos. Pero resulta que antes de comer el fruto prohibido, ellos eran inocentes... y por ende también desvergonzados. Es la cultura (la sabiduría encarnada en la cultura) la que hace nacer en ellos (en todos nosotros) la vergüenza. No necesariamente al sabernos desnudos, sino al sabernos mirados.
13 comentarios:
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No sé si lo que voy a contar fue lo más vergonzoso que me pasó en mi vida, pero fue hace poco y me dio muchísimo pudor. En las últimas elecciones, fui a votar con mi papá y mi novio. Había una fila enorme de gente en mi mesa. Cuando me toca el turno a mi, agarro el sobre y entro al cuarto oscuro. Cuando salgo, empezaron a aplaudirme y a felicitarme todos, los fiscales se levantaron y me dieron la mano, yo no entendía nada (tengo 22 años y claramente no era mi primera votación). Resulta que mi novio, en complicidad con mi papá, se tomó el trabajo de ir a decirles a todos que era la primera vez que votaba (¡mentira!) y encima grabó el momento. Me dio mucha vergüenza que todas las miradas estuviesen puestas en mi y encima por algo que no era verdad. Ahora me río, pero en ese momento estaba roja.
Me dieron ganas de orinar. Muchas. Uno no se da cuenta de cuándo empiezan las ganas de ir al baño, sobre todo cuando estás dormido. Y como estaba dormido, me aguanté. Primero porque al principio por ahí no tenía TANTAS ganas. Y además porque era invierno, y hacía frío, y yo estaba bien tapado y calentito debajo de las mantas. Pero al rato de estar esquivándole el bulto a la necesidad, las ganas se hicieron insoportables: comencé a sentir esa típica presión a la altura del bajo vientre que te indica que ya es hora de orinar, y que por más que quieras estirar más el momento no vas a poder. Así que medio dormido como estaba me ocupé de llegar hasta el baño, a fin de descargar la vejiga, llena de líquido caliente y ansioso, ligeramente amarillo, y fue maravilloso encontrar el baño desocupado, incluso templado, como si alguien se hubiese tomado el trabajo de mantenerlo tibio, cosa muy curiosa a esa hora de la madrugada. No recuerdo si era un baño público o si era el baño de mi casa, y en realidad mucho no importaba, porque lo único importante en ese momento era estar al borde del anhelo, y cuando ya todo estuvo listo, y luego de un último instante de contención... el cálido y cristalino líquido amarillento comenzó a fluir, para enorme satisfacción del cuerpo, que de a poco se relaja, mientras el manantial fluye... Todo muy gratificante. Pero de pronto la sensación de humedad. La oscuridad. El desconcierto. Un escalofrío. El colchón, convertido en una laguna debajo de las mantas. Y la comprensión atroz, ineludible, de lo que acababa de suceder. Pero además, ya ahora con la luz del velador encendida, la evidencia de que lo peor está todavía por llegar. ¿Cómo despertar a esa mujer, que duerme profundamente justo al lado, al borde del arroyo, el charco, el océano, despertate mi amor, que hay que cambiar las sábanas, no, no me preguntes nada!... Pero sí levantate, porque... ¿Dónde hay sábanas limpias? ¡Ay!... ¡El colchón nuevo!... No sé que decirte... Te juro que nunca me había pasado algo así...
Hace dos años viajaba rumbo a la facu, estaba con el tiempo medio justo así que iba casi corriendo por el anden del subte. Era un día de mucho calor y en el pasillo que une la línea D con la C se sentía todavía más. Mientras iba caminando empece a sentir que se me aflojaban las piernas, me faltaba el aire y comencé a sentirme mareada. Me paré junto a una puerta y ahí fue cuando vomite. Me había bajando tanto la presión que expulse lo poco que tomé en el desayuno. Un policía me vio y me sostuvo para que no me caiga. Toda la gente que pasaba veía como tenía toda la camisa manchada. Después de un rato me sacó a la calle para que respirara aire un poco más fresco y para que mi papá pudiera venirme a buscar. Mientras tanto me quede sentada en la vereda, en pleno microcentro con toda la ropa sucia mientras la gente me miraba cuando pasaba de camino a sus trabajos. Un espectáculo!
Como le habrá pasado a mas de uno, yo también fui victima de las olas del mar argentino. Siempre ame nadar en el mar y revolcarme en las olas, pero eso puede tener sus consecuencias.
Estaba con mis hermanas cuando nos agarro una de esas olas, que vistas de cerca parecen tsunamis. Cuando logramos salir a la superficie entre risas y nervios no me percate que el corpiño se me había desprendido COMPLETAMENTE. Pero repito, no me di cuenta!!! Mis hermanas en vez de ayudarme se empezaron a reír sin decirme nada. Cuando me di cuenta casi me muero de la vergüenza. El corpiño andaba flotando a unos 2 metros de distancia. Y como para coronar la escena y aumentar el rojo de mis cachetes, un chico me lo acercó. Creo que ni siquiera le dije gracias. Simplemente me ate la malla con triple nudo, le regale unas lindas palabras a mis hermanas y me fui a la sombrilla, de donde no me moví por un largo rato.
A modo de reflexión, me gustó la frase: " Adan y Eva eran inocentes, por ende también desvergonzados". Cuando era chiquita, 2 o 3 años, mi mamá me llevaba a la playa solo con la parte de abajo de la malla. Yo no sentía vergüenza alguna, justamente porque en mi inocencia no sentía la mirada del otro. Pero a medida que van pasando los años y vamos creciendo esa mirada la sentimos mas fuerte y nuestra vergüenza comienza a asomar.
Era el primer cumpleaños de mi novio que iba festejar junto con su familia, dónde, dicho de paso, iba a conocer a gran parte de sus familiares. Tuve la brillante idea de prepararle una torta, la cual llegó toda chamuscada luego de un apretado y movido viaje en el colectivo 107...No importa, me decía su abuela, la pinta es lo de menos. Luego de soplar las velitas, el padre se dispuso a cortar la torta, y fue entonces cuando en el intento sacar la primer porción apareció un pelo horrible, que daba pelea contra en cuchillo en el afán de no dejar salirla. Era indisimulable, todos mirando al pelo y a mi cara roja!!
No recuerdo momentos de vergüenza ante las miradas de los otros en espacios públicos, salvo algún que otro olvido de no subir el cierre del Jean en la parte genital. Lo que si me ha pasado varias veces es soñar estando desnudo en la vía pública, pero corría y corría como si estuviese huyendo de alguien de manera desesperada, lo he soñado varias veces aunque hace mucho tiempo que no ha vuelto a mi mente. Recordando lo que más me incomodaba del sueño e incluso de mi existencia también es estar descalzo, no sé un poco raro todo...
Estaba en 5to grado. Mis compañeras, después del recreo, jugaban entre ellas a levantarse la pollera del uniforme... hermoso. No le estaba dando bola a la situación y supongo que, por ese motivo, me hicieron la jodita a mi.
Se me vio hasta el apellido.
No usaba short abajo de la pollera como el resto porque no me parecía realmente necesario, menos cuando hacía calor. Ese día no fue la excepción. Señalaron, rieron y yo me quería morir. Casi exploto de vergüenza y de indignación.
Nunca entendí ni voy a entender la satisfacción al hacerle bromas pesadas a los demás. Es una cagada. Me parece que hay que empezar a incorporar desde el día 1, por así decirlo, el concepto de empatía y no dejarlo ir.
Cuando tenia 11 años estabamos en una ronda con mis compañeros, recuerdo que era una especie de acto, y derrepente me dieron muchas ganas de hacer pis, no le queria pedir de ir al baño a la profesora porque ya nos habia mandamo antes y yo no quise ir... Me empeze a hacer mear encima, el pis caia por mis piernas y un charco enorme quedo a mi alrrededor, la profesora se acerco y me dijo que fueramos a llamar a mi mama para que me traiga ropa asi me cambiaba y yo en mi inocencia le pregunte si mis compañeros se habian dado cuenta de lo sucedido, ella muy copada me mintio y me dijo que nadie vio nada. Senti mucha verguenza
Resulta raro buscar en nuestra colección de recuerdos algo que le haya dado vergüenza. Tal vez uno atina a borrarla de la memoria, ese pudor sin medida le causa rechazo y, sin darse cuenta o tal vez siendo bastante consciente, las borra, las oculta de su cerebro y de sus recuerdos más recientes.
En un esfuerzo pensé en algo que me hizo sentir desnudo frente la mirada de los demás... tenía 10 años más o menos, una edad en la que no sos chico pero tampoco lo suficientemente grande, una edad en la que uno mismo se está encontrando y busca la aceptación de los demás; en cuestión, estaba con unas amigas más grandes, que se ofrecieron a hacerme el famoso “avioncito”. Fue en el momento que los pies de mi amiga presionaron sobre mi panza, como haciendo palanca para elevarme, que se me escapó un gas, pero no era cualquiera, eran esos que son sonoros, que son inevitable de esconderlos. Situación que no provocó otro resultado que la risa en conjunto de todos todas las chicas. Más tarde la historia fue pasando de boca en boca. No bastó con la vergüenza del momento que se extendió durante un periodo largo.
Creo que una de las veces que más verguenza sentí fue cuando tenía maso menos nueve años, estaba andando en bici y me caí en una zanja llena de barro con la bici incluida. Tuve que volver las 10 cuadras hasta mi casa pedaleando mientras me miraban todos mis vecinos (mis amiguitos de la infancia incluidos) absolutamente llena de barro de pies a cabeza.
Mientras me bañaba en mi casa me tenté tanto que empecé a llorar.
Tuve realmente muchas situaciones vergonzosas en mi vida; pero también tuve otras que pasaron desapercibidas justamente porque no había un "otro" para mirar, para reirse, para intimidar. Creo que influye mucho la forma en la que uno se sienta mirado ("Somos lo que hacemos con aquello que creemos que los demás hacen de nosotros"), porque en base a eso va a depender si sentimos vergüenza o no.
El primer momento vergonzoso que me viene a la mente es cuando tenía 12 años y estaba en una entrega de premios del colegio. Había un chico más grande "el más lindo de la escuela" a los ojos de todas las niñas en pleno auge hormonal. Mis padres y los de él eran amigos, así que mi padre, que sabía que yo estaba embobada con ese chico, sugirió que nos saquemos una foto juntos. La foto está hasta el día de hoy en mi casa: yo roja de punta a punta y con los ojos a punto de salirse. Me acuerdo de mis amigas de lejos mirando y riéndose. Y él, que a diario nos veía pispeándolo entre los pasillos, también se reía.
La vergüenza pasa integramente por cómo nos sentimos mirados, por quién nos mira, y si encontramos algún aliado cerca para paliar el momento o no.
Lo que me pasa con el sentimiento de vergüenza o de tristeza es que usualmente mi mente lo bloquea como que no paso. Pero si le pongo onda me voy acordando como cuando estaba en el jardín, por el hecho de no tener ganas de levantarme y seguir mirando Blancanieves en VHS junto con mis compañeritos esto fue eso del 1999 me hice pis encima dejando LA mancha en la alfombra. Ya de grande el viernes pasado que se llovió todo estaba comprando y caminando por Juramento y Cabildo y me resbalé en pleno vereda eso sí el paraguas no lo solté nunca. Luego de esbozar un Auch con risas me levanté súper rápido como si no pasó nada.
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