Yo no soy más que un grito.
Y no hay nadie,
nadie para escuchar mi voz, ahora.
Yo no soy más que un grito.
Un rostro que se mira en los relojes
y no se reconoce.
Yo soy un alarido. Yo me escucho.
Yo me oigo gritar, y nadie oye.
Así, como una fiera enloquecida
mi corazón golpea contra el muro
y un pájaro asustado
late en mis sienes otra vez,
de nuevo.
(J.P.F.)
(por ahora es nada más para acordarme; luego lo explico. bueno, por lo menos la parte que tiene el asunto de explicable, que la otra, como ya se sabe...)
2 comentarios:
muy ...
muy ...
...
muy... dramático?
desesperante?
desolador?
Dije ayer en el práctico, Manu (pero vos faltaste...) algo acerca del extraño sentido de estas palabras: siendo casi la última clase, me pareció prudente realizar una especie de presentación.
Y este poema de Julia Prilutzky Farny fue, durante mucho tiempo, algo así como una carta de presentación para mí, incluso escrita por una tercera persona, tan fuerte era el impacto que me generaba.
Hoy ya no lo es tanto. Me he despegado un poco, tal vez, de ese fuerte espíritu romántico del poema en cuestión.
¿Entonces? Entonces fue como presentarme con una foto mía de cuando era más chico, ponele. ¿Hay una identidad de persona entre ese que fuimos y este que somos? Un poco sí, presumo. Y un poco no.
Y por otra parte estaba (está) la cuestión de que los alumnos deban comenzar su segundo parcial con un fragmento de discurso poiético. Estamos tan acostumbrados a los esquemas racionalistas, que nos desacomodan esta clase de consignas. Y ya se sabe que cada tanto me gusta generar estas cosas. Es bueno desacomodarse un poco, cada tanto.
En algún momento, si me hubiesen dado una semejante consigna, tal vez pudiera haber trascripto esto. Por eso lo reproduje aquí, tal vez, como si fuese una fotografía de aquel que durante mucho tiempo fui. Aquel que hoy, precisamente, se mira en los relojes y no se reconoce, mirá vos.
Aunque por otra parte estoy seguro de que no hubiese dejado pasar la ocasión de mostrar algo de mi vergonzosa producción literaria. Igual, a mí no me tocaron nunca docentes tan descarrilados.
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