Acabo de recibir en mi casilla de mail, de parte de un colega de Tucumán a quien no conozco aún sino por medios electrónicos, un texto de Alejandro Dolina que habla de cosas relativas al aprendizaje. Al aprendizaje y por ende también a la enseñanza.
A veces me pregunto por qué razón es que solemos hablar de "carreras" universitarias. ¿Cuál es la prisa? ¿Qué nos queda en el camino? "La tortuga puede contar muchas cosas más del camino que la liebre", me dijo alguien alguna vez.
Está por empezar un nuevo cuatrimestre. Y yo ya voy poniendo cosas en el blog. Este texto de Alejandro Dolina que acabo de recibir por mail, sin ir más lejos.
Los cirujanos, los sacamuelas, los locutores, los periodistas y los actores de teatro -que son, como se sabe, los espíritus rectores de la opinión filosófica- han dicho miles de veces que la característica más notable de nuestro tiempo es la velocidad. Algunas personas sensibles suelen quejarse amargamente de este hecho, afirmando que nuestros galopes existenciales levantan demasiada polvareda.
No les falta razón a estos sofocados pensadores, deseosos de resuello. Pero hay que decir en defensa de la velocidad que hay ocasiones en que no causa daño ninguno y hasta ayuda a hacer la vida un poco mejor. Por ejemplo, no es malo que el subterráneo tarde 20 minutos entre Chacarita y Leandro Alem, en vez de dos horas. Tampoco es malo reducir las tardanzas de un avión que va a París. Y es mejor curarse alguna peste en dos días que en un año. La velocidad nos ayuda a apurar los tragos amargos. Pero esto no significa que siempre debamos ser veloces. En los buenos momentos de la vida, más bien conviene demorarse. Tal parece que para vivir sabiamente hay que tener más de una velocidad. Premura en lo que molesta, lentitud en lo que es placentero.
Entre las cosas que parecen acelerarse figura -inexplicablemente- la adquisición de conocimientos. En los últimos años han aparecido en nuestro medio numerosos institutos y establecimientos que enseñan cosas con toda rapidez: haga el bachillerato en seis meses, vuélvase perito mercantil en tres semanas, avívese de golpe en cinco días, alcance el doctorado en diez minutos. Muchas veces me he imaginado estos cursos bajo la forma de una película filmada a cámara rápida, con alumnos atropellándose en los pasillos, permisos para ir al baño denegados y capítulos de la historia groseramente mutilados.
Capítulo seis: los fenicios. Los fenicios eran un pueblo de mercaderes, etcétera. Capítulo siete: Grecia. Los griegos inventaron la tragedia, las cariátides, etcétera. Capítulo veinte: La Edad Contemporánea. La Edad Contemporánea comienza con la Revolución Francesa y todavía sigue, etcétera. Calculo que el asunto no será tan grave. Supongo que se tratará de conseguir la máxima concentración mental por parte del alumno. Supongo también que no se perderá tiempo en tonterías. De todos modos, no sé si esto es suficiente para reducir el tiempo de un aprendizaje a la quinta parte. Quizá se supriman algunos detalles. ¿Qué detalles?... Desconfío.
Yo he pasado siete años de mi vida en la escuela primaria, cinco en el colegio secundario y cuatro en la universidad. Y a pesar de que he malgastado algunas horas tirando tinteros al aire, fumando en el baño o haciendo rimas chuscas, puedo decir que para aprender las pocas destrezas que domino tuve que usar intensamente la pensadora. Y no creo que ningún genio recorra en un ratito el camino que a mí me llevó decenios.
¿Por qué florecen estos apurones educativos? Quizá por el ansia de recompensa inmediata que tiene la gente. A nadie le gusta esperar. Todos quieren cosechar, aún sin haber sembrado. Es una lamentable característica que viene acompañando a los hombres desde hace milenios. A causa de este sentimiento algunos se hacen chorros. Otros abandonan la ingeniería para levantar quiniela. Otros se resisten a leer las historietas que continúan en el próximo número.
Por esta misma ansiedad es que tienen éxito las novelas cortas, los teleteatros unitarios, los copetines al paso, las señoritas livianas, los concursos de cantores, los libros condensados, las máquinas de tejer, las licuadoras y en general, todo aquello que nos ahorre la espera y nos permita recibir mucho entregando poco.
Todos nosotros habremos conocido un número prodigioso de sujetos que quisieran ser ingenieros, pero no soportan las funciones trigonométricas. O que se mueren por tocar la guitarra, pero no están dispuestos a perder un segundo en el solfeo. O que le hubiera encantado leer a Dostoievsky, pero les parecen muy extensos sus libros. Lo que en realidad quieren estos sujetos es disfrutar de los beneficios de cada una de esas actividades, sin pagar nada a cambio. Quieren el prestigio y la guita que ganan los ingenieros, sin pasar por las fatigas del estudio. Quieren sorprender a sus amigos tocando "Desde el Alma" sin conocer la escala de si menor. Quieren darse aires de conocedores de literatura rusa sin haber abierto jamás un libro. Tales actitudes no deben ser alentadas, me parece. Y sin embargo eso es precisamente lo que hacen los anuncios de los cursos acelerados de cualquier cosa. Emprenda una carrera corta. Triunfe rápidamente. Gane mucho vento sin esfuerzo ninguno. No me gusta. No me gusta que se fomente el deseo de obtener mucho entregando poco. Y menos me gusta que se deje caer la idea de que el conocimiento es algo tedioso y poco deseable. No señores: aprender es hermoso y lleva la vida entera. El que verdaderamente tiene vocación de guitarrista jamás preguntará en cuánto tiempo alcanzará a acompañar la zamba de Vargas. "Nunca termina uno de aprender", reza un viejo y amable lugar común. Y es cierto, caballeros, es cierto.
Aquí conviene puntualizar algunas excepciones. No todas las disciplinas son de aprendizaje grato. Y en alguna de ellas valdría la pena una aceleración. Hay cosas que deberían aprenderse en un instante. El olvido, sin ir más lejos. He conocido señores que han penado durante largos años tratando de olvidar a damas de poca monta (es un decir). Y he visto a muchos doctos varones darse a la bebida por culpa de señoritas que no valían ni el precio del primer Campari. Para esta gente sería bueno dictar cursos de olvido. Olvide hoy, pague mañana. Así terminaríamos con tanta canalla inolvidable que anda dando vueltas por el alma de la buena gente.
Otro curso muy indicado sería el de humildad. Habitualmente se necesitan largas décadas de desengaños, frustraciones y fracasos para que un señor soberbio entienda que no es tan pícaro como él supone. Todos -el soberbio y sus víctimas- podrían ahorrarse centenares de episodios insoportables con un buen sistema de humillación instantánea. Hay -además- cursos acelerados que tienen una efectividad probada a lo largo de los siglos. Tal es el caso de los sistemas para enseñar lo que es bueno, a respetar, quién es uno, etcétera. Todos estos cursos comienzan con la frase "Yo te voy a enseñar" y terminan con un castañazo. Son rápidos, efectivos y terminantes.
Las carreras cortas y los cursillos que hemos venido denostando a lo largo de este opúsculo tienen su utilidad, no lo niego. Todos sabemos que hay muchos que han perdido el tren de la ilustración y no por negligencia. Todos tienen derecho a recuperar el tiempo perdido. Y la ignorancia es demasiado castigo para quienes tenían que laburar mientras uno estudiaba. Pero los otros, los buscadores de éxito fácil y rápido, no merecen la preocupación de nadie. Todo tiene su costo y el que no quiere afrontarlo es un garronero de la vida. De manera que aquel que no se sienta con ánimo de vivir la maravillosa aventura de aprender, es mejor que no aprenda.
Frecuento a centenares de personas bondadosas, sensibles y llenas de virtud que desconocen minuciosamente el teorema de Pitágoras. Después de todo, es preferible ser ignorante a ser estúpido. Más aún cuando la estupidez es el producto de una mala educación. Oscar Wilde vio mejor que nadie este asunto de la estupidez ilustrada. "Hay hombres llenos de opiniones que son absolutamente incapaces de comprender una sola de ellas". Tenía razón el irlandés.
Yo propongo a todos los amantes sinceros del conocimiento el establecimiento de cursos prolongadísimos, con anuncios en todos los periódicos y en las estaciones del subterráneo: Aprenda a tocar la flauta en cien años. Aprenda a vivir durante toda la vida. Aprenda. No le prometemos nada, ni el éxito, ni la felicidad, ni el dinero. Ni siquiera la sabiduría. Tan sólo los deliciosos sobresaltos del aprendizaje.
11 comentarios:
Qué buen artículo! La verdad, genial... nada más acorde para los tiempos del "llame YA!"
Corremos y no sabemos para qué lado ir... nos queremos recibir, y no sabemos muy bien qué carajo vamos a hacer con el título...
vamos, venimos, deambulamos y sí... todo eso corriendo...
Me siento totalmente identificada: quiero terminar AHORA con mis estudios... si me preguntan para qué... les diría para poder relajarme y tener tiempo para disfrutar de otras cosas... y quizás alguno retruca y pregunta: pero por qué no hacés más tranqui a la carrera y de paso te dedicas a hacer esas otras cosas que te gustan?.... y ahí no hay respuesta... sólo silencio...
"Aprenda a vivir durante toda la vida"... y yo (que hasta no hace mucho) me las quería "saber todas" de una... qué errada estaba...
fe de erratas: en lugar de libre, leer liEbre sxxi
libre sxxi qué sería??
Bueno, podría ser alguien que de tan apurado que está por terminar la "carrera" ha decidido dar las materias libres, ¿no?
Gracias por pasar.
P.S.: ¿Sos/fuiste/serás alumna mía o ha sido de casualidad que llegaste hasta acá?
Germán, espero que no te moleste...
http://ubacomunicacion.blogspot.com
Saludos y buen comienzo!!
Bueno, no sólo no me molesta, sino que me halaga... Además responde a mi pregunta sobre tu identidad. Y también a la pregunta de por qué estabas tan ausente de tu blog: era que estabas repartiendo esfuerzos, dedicándote a un nuevo proyecto.
Exitos.
See you around, Manu.
A pegarse sobresaltos nomas...
La verdad, gracias por compartir este texto de Dolina. Hace cuatro años que estoy en Ciencias de la Comunicación y debo admitir que, en muchas ocasiones, me desespero porque siento que no la voy a termiar más. Para mí es un ejercicio constante no apurarme y apender a disfrutar de lo que estudio. Cuando logro eso, soy la mina más feliz y no me importa el tiempo que me lleve hacer la carrera.
Las palabras de Dolina son una palmadita en la espalda y un empujón para seguir adelante.
Gracias!
Al contrario, Valeria. Gracias a vos.
Cicloescénico: Ojalá. Tampoco le pongas tanta expectativa, que es mejor cuando uno espera poco y se sorprende que al revés. Estuve dando un vistazo a tus blogs. En ningún lugar te identificás con tu nombre? (Mera curiosidad.)
Aunque no me parece el texto más brillante de Dolina,(los leí todos y lo escucho religiosamente desde los 13 años, por esas cosas que tiene la herencia cultural), es un texto lindo sobre todo de la manera que esta escrito, bien dolinesca.
Coincido con lo que dice en lineas generales, o sea estoy de acuerdo que esta bien tardar para saber cosas, y que lo que nos impone el mercado es la velocidad por la ignnoracia, pero a veces me parece que ciertas reglas, instituciones, o caprichos personales de algunos profesores (no es el caso del dueño del blog, aclaro)tienden a funcionar para el sistema que nos quiere ignorante y brutos, haciendonos las cosas dificiles, casi imposibles.
saludos
Gus.-
Pd: Germán qué pasó con el grupo de estudio que habías plntaeado el cuatri anterior?
Pd2: que cosa tiene dolina con el olvido, no?, está en todos sus relatos
¡Ah!... Me encanta cuando mis ex-alumnos me visitan en el blog.
¡Pero che, tirame tu nombre, para saber cuál de todos los del Grupo 28 sos...
Como sea. Me niego a archivar la idea del grupo de estudio en cuestión. Y tu comentario tiene la fuerza de un empujón siempre bienvenido y necesario. La verdad es que iba a organizarlo para comenzar este mes de mayo, pero de algún modo todo migró hasta convertirse en un taller de producción de radio... Definitivamente lo que yo tenía en mente era otra cosa, pero ya se sabe, el pragmatismo de las instituciones...
Tengo dos o tres lugares ofrecidos como para poder armar el grupo de marras, en Caballito, Belgrano y Congreso respectivamente. El problema es que en cualquiera de los tres casos es necesario alquilar el lugar, con lo cual el grupo se convierte en rentado, y no era esa la idea. ¿Vos tenés algún lugar cómodo como para reunir cierta cantidad de gente? (igual se me acaba de ocurrir algo... ¡veremos si funciona!)
Por el momento abrazo, gracias por pasar y si se te ocurre algo en cuanto a dónde nos podamos juntar periódicamente, avisame.
En el blog el que firma como tito soy yo.
Lo del grupo me interesa y si esta bueno no tendría historia en pagar. Lo del lugar dificl pero podría ser, teneme al tanto igual yo cada tanto paso por aca, y si podes pasate vos por el mio
abrazo
gus.-
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