
¿Quién es la mujer que aparece desnuda en la fotografía? Es nada menos que Simone de Beauvoir. La revista Le Nouvel Observateur conmemoraba así el centenario del nacimiento de la pensadora. Y al parecer la tapa causó cierto revuelo feminista, porque hubo quienes acusaron al medio de sexista. Claro, esta misma revista jamás había publicado en tapa el desnudo de un filósofo varón. (Entre paréntesis, me pregunto si la gente hubiese comprado con igual entusiasmo una edición cuya portada hubiese mostrado desnudo a Jean Paul Sartre.)
Ahora bien, ¿qué es lo que tiene tan de particular esta fotografía? Sin duda, el hecho mismo de que la persona fotografiada sea Simone de Beauvoir. Es como si el sentido común se encabritase ante la evidencia de que una pensadora pueda tener un cuerpo, máxime si se trata de un cuerpo desnudo y de cierto atractivo. Ahora bien, ¿por qué habrían de ser incompatibles el mundo del cuerpo y el mundo de las ideas? ¿Existen acaso ideas sin un cuerpo que las sustente? ¿Es esto parte de nuestra herencia positivista? Pensadora, a tus ideas... (¡Pero que sea vestida, que desnuda no puedes pensar bien y a nosotros nos distraes!...)
Ni qué decir si la foto hubiese registrado, algunos minutos antes o después, en ese mismo baño, el escatológico momento de la evacuación. ¡No señor!... ¿Los filósofos no cagan!... ¡Y mucho menos las filósofas!... Y no digo que me interese ver a Simone de Beauvoir en semejantes menesteres, en absoluto. Pero sí digo que cagar cagamos todos, y que sin embargo hablar de eso todavía nos ofende.
Esto me hace recordar una anécdota de los tiempos de Onganía. Corría el año 1970 y Leopoldo Torre Nilson acababa de filmar la película El santo de la espada, sobre la epopeya de José de San Martín. El presidente de facto quiso ver el film antes de su estreno y, concluida la película, impuso varios cortes y remiendos. Así, por ejemplo, allí donde en situaciones domésticas Remedios de Escalada (Evangelina Salazar) se dirigía a su esposo (Alfredo Alcón) llamándolo José o Pepe, Onganía vio un confianzudo atrevimiento: debía llamarlo "mi general". Y cuando en pleno cruce de los Andes San Martín aparecía doblado por sus dolores de estómago, y de espaldas se lo adivinaba vomitando, de nada sirvió que Torre Nilsson argumentara que era un dato cierto que San Martín estaba enfermo, y que su empecinamiento de seguir adelante a pesar de su malestar le otorgaba una dimensión humana a la gesta y lo engrandecía aun más. Onganía fue tajante: la secuencia se omitiría. La razón: "Los próceres no vomitan".
Volviendo al desnudo de Simone de Beauvoir, a quien por otra parte yo nunca había imaginado así, reitero mi pregunta: ¿por qué habrían de ser incompatibles el mundo del cuerpo y el mundo de las ideas? Por lo demás, ¿no son acaso los así llamados "ratones", en definitiva, solamente ideas?