Hay fechas que sirven como hitos, como mojones en el camino, que marcan un antes y un después en el devenir de las cronologías, ya sean las históricas o las personales (que también son historias, a no dudar). Hay un antes y un después de la primera novia, del día en que decidimos casarnos, del día en que nace nuestro primer hijo. Del mismo modo (o de un modo similar, por lo menos, aunque por diferentes motivos) que hay un antes y un después de un once de septiembre, de un dos de abril o de un veinticuatro de marzo. En el caso de las historias particulares, estos mojones son puestos de una manera arbitraria: cada quien sabe si tal circunstancia marca un hito y si tal otra no. Pero en algunos casos hay mojones que sin estar destinados a entrar en los libros de la Historia, esa que se escribe con mayúsculas, marcan un hito en la vida de más de una persona. La lectura de uno de los parciales me hizo notar que hay un antes y un después del día en que asesinaron a John Lennon. Y fijate que justo leo ese parcial el día en que otro de Los Beatles, y me refiero a Paul McCartney, cumplía 64 años. Existen, entonces, las casualidades. No hubiese sido lo mismo un cumpleaños de Ringo Starr. Ni tampoco el cumpleaños 63, ni el 65, de Sir Paul. Me acuerdo del día en que mi mamá me contó que habían matado a Lennon. Yo no sabía de quién me estaba hablando. No conocía el nombre, en realidad, pero ya escuchaba en mi tocadiscos Winco un LP puntualmente tomado por un buen amigo de la olvidada discoteca de su madre. Se trataba de La Banda de los Corazones Solitarios del Sargento Pepper. Y allí estaba incluida una cancioncilla tan poco beatle, tal alejada de Love me do o de Twist and Shouts, como When I’m sixty four.
Todavía los vemos en aquellos viejos registros realizados para el cine o la televisión, eternamente jóvenes, joviales, despreocupados. A nadie se le pasaba entonces por la cabeza que a Lennon un loco fuese a matarlo de un tiro. Ni tampoco que llegaría finalmente el día en que Sir Paul alcanzaría la poética edad vaticinada. Entre tanto creció la distancia que media entre el Sir Paul real, de carne y hueso, tan mortal como su compañero de dupla compositiva, y ese otro joven y jovial para siempre, que sigue disfrutando de su eterna juventud junto a sus tres compañeros desde un vinilo, desde el celuloide, desde un CD que nadie imaginaba que alguna vez existiría mientras corrían los años sesenta y setenta. También crece la distancia entre aquel chico que escuchaba aquellas canciones en su Winco y este otro, que tipea estas líneas en un blog, que ya no sirve sólo para volcar consignas de trabajo para sus alumnos de la facultad, sino que ha mutado hacia otra cosa, y quién sabe en qué podrá desembocar. McCartney cumplió 64. Esos mismos a los cuales les venía cantando desde 1967, cuando yo no había cumplido todavía mi primer año de vida. A partir de ahora habrá un antes y un después del día en que Sir Paul, al cantar When I’m sixty four, ya no hable de un futuro más o menos cercano. La voz grabada seguirá cantando desde su eterna juventud, pero el verdadero Sir Paul ya habrá cruzado la frontera, en aquel entonces imaginaria, hoy real y tangible.
Mientras tanto, el espejo nos devuelve, a Sir Paul, a mí, a vos que estás leyendo todo esto, una imagen ligeramente diferente de la que nos ofrecía ayer mismo. El cambio es tan imperceptible que a veces tal vez nos cueste darnos cuenta. Por eso es que de vez en cuando plantamos algunos mojones en el camino, que nos sirvan para recordar que todo el tiempo todo cambia. Y también nosotros.
Todavía los vemos en aquellos viejos registros realizados para el cine o la televisión, eternamente jóvenes, joviales, despreocupados. A nadie se le pasaba entonces por la cabeza que a Lennon un loco fuese a matarlo de un tiro. Ni tampoco que llegaría finalmente el día en que Sir Paul alcanzaría la poética edad vaticinada. Entre tanto creció la distancia que media entre el Sir Paul real, de carne y hueso, tan mortal como su compañero de dupla compositiva, y ese otro joven y jovial para siempre, que sigue disfrutando de su eterna juventud junto a sus tres compañeros desde un vinilo, desde el celuloide, desde un CD que nadie imaginaba que alguna vez existiría mientras corrían los años sesenta y setenta. También crece la distancia entre aquel chico que escuchaba aquellas canciones en su Winco y este otro, que tipea estas líneas en un blog, que ya no sirve sólo para volcar consignas de trabajo para sus alumnos de la facultad, sino que ha mutado hacia otra cosa, y quién sabe en qué podrá desembocar. McCartney cumplió 64. Esos mismos a los cuales les venía cantando desde 1967, cuando yo no había cumplido todavía mi primer año de vida. A partir de ahora habrá un antes y un después del día en que Sir Paul, al cantar When I’m sixty four, ya no hable de un futuro más o menos cercano. La voz grabada seguirá cantando desde su eterna juventud, pero el verdadero Sir Paul ya habrá cruzado la frontera, en aquel entonces imaginaria, hoy real y tangible.
Mientras tanto, el espejo nos devuelve, a Sir Paul, a mí, a vos que estás leyendo todo esto, una imagen ligeramente diferente de la que nos ofrecía ayer mismo. El cambio es tan imperceptible que a veces tal vez nos cueste darnos cuenta. Por eso es que de vez en cuando plantamos algunos mojones en el camino, que nos sirvan para recordar que todo el tiempo todo cambia. Y también nosotros.