jueves, marzo 30, 2006

Consigna: Mirarte... sin hablar (ahora a escribir)

En el momento en que ustedes lean estas líneas, seguramente ya habrán pasado por la experiencia sobre la cual deben escribir. Han mirado en silencio a otras personas y también han sido vistos. Pero no se han hablado. La idea es que cuenten aquí las sensaciones que tuvieron en el momento de la experiencia de cruzar miradas, sin que pudiesen acompañarlas por la palabra. Tomemos la palabra (escrita) ahora, para contarnos unos a otros lo que sucedió en esos momentos, adentro de nosotros mismos.

21 comentarios:

Anónimo dijo...

Sencillo y breve por cuestiones laborales varias: No recuerdo haberlo hecho hasta ahora, jamás. Se trata de una situación cómoda-íncómoda. No tenés que interpretar la mirada del otro como en cualquier otra circunstancia en la que te sentirías muy observado y seguramente dudarías de las intenciones de quien observa. Te sentís objeto, te sentís "ojos", nada más, porque sentís además que el otro, no es un "sujeto" sino un mero objeto. Son ojos flotando en la nada, suspendidos y brillantes.

Anónimo dijo...

En un primer momento lo que sentí fue la voz enunciadora de la consigna. Presté atención. Traté de ser y hacer lo que la voz decía. Al mirarme sin hablar... me pasó que me sentí incómoda, como quién no tiene ganas de hacer introspección. Me costó mantener la mirada del otro. Pudo haber influido el hecho de que tuviera la vista cansada, pero creo que en realidad se trataba de la incomodidad que me ocasionaba saber que no era sólo yo quien observaba. Yo también estaba siendo observada. Durante el tiempo que tuvimos que mirarnos sin hablar las palabras que acompañaron mi mirada fueron algo así como “perdón, no estoy tratando de incomodarte; la consigna es así”, por un lado, y “sé que la consigna es así, pero no te quedes mirándome que me incomoda”, por otro. Puede ser que suene un tanto contradictorio, pero creo que es lo que describe en alguna medida lo que experimenté con el ejercicio.

Anónimo dijo...

Mirar a una persona a los ojos es algo que, por lo menos yo, no suelo hacer. Creo que no es más que el impulso al que nos lleva vivir en la ciudad, apurados, enemistados, acorralados por tantas cosas.
Por eso, tener que mirar a otro a los ojos me generó incomodidad; es difícil, puesto que uno se siente vulnerable, y, en el estado de naturaleza actual, hay que ser fuerte y dominador para sobrevivir. Darwin, o sociedades siglo XXI.
Preferí bajar la vista, o hacer la vista gorda. Dejar pasar, perderme en el anonimato, un refugio tan pequeño como uno mismo, como un traje de madera.

Anónimo dijo...

Los últimos instantes antes de que el tiempo de oscuridad terminara pienso ¿A quien voy a mirar? Cuando abro los ojos de manera apresurada busco a alguien, pero de verdad no lo busco. Y aún así encuentro a quien esta dispuesto a mirarme, va, ella me encuentra. Mantengo la mirada solo unos instantes, porque rápidamente mi vergüenza gana la batalla y desvió mis ojos junto con una sonrisa nerviosa. Busco a otra persona pero no vuelvo a encontrar esa mirada, la de ahora es otra y como yo, no puede mantener sus ojos en mis ojos. Vago de mirada en mirada hasta que hasta que la cuenta regresiva de la voz que da las indicaciones dice cero. La incomodidad y la vergüenza terminan instantáneamente.
Es increíble que un simple ejercicio nos haga incomodar tanto, mirar a los ojos a quien tenemos delante debería ser algo muy natural, sin embargo no es así. Vamos por la vida mirando la nada, el piso, el horizonte… Y nos asombramos con los atardeceres, el cielo, el mar… sin notar que la belleza mas grande se puede encontrar en los ojos de otra persona.
MARIEL DECUZZI

Anónimo dijo...

“¿Seré yo o me veo como un tonto haciendo esto?”
Mientras busco miradas en las que posar la propia no puedo evitar preguntármelo una y otra vez. Vienen a mí las, ya con esta, sin numero de veces en que me encontré en situaciones similares a lo largo de mi recorrido académico desde la primaria hasta hoy. Docentes que impartían materias tan disímiles como matemática, ciencias naturales, convivencia, psicología… con una sola cosa en común: su necesidad, pienso yo, de transmitirnos algo más de lo que un plan de estudio pueda enseñar, ¿otras armas de las qué valernos en esta vida de constantes vicisitudes?
Sin embargo, en honor a la verdad, el hecho de que me lo pregunte dice menos de que en el fondo crea realmente que la búsqueda de la iluminación sea poca cosa o merezca ser tildada de tontera sino que dice más de mis prejuicios y su reticencia a participar en experiencias que no hacen mas que incomodar a la razón positivista que los impulsa, y sin la cual, me hace creer, ya nada quedaría.
Es una “cuestión de fe”, sin duda lo es, pero ¿se podrá ser una “cosa que piensa” y buscar aquel estado de iluminación espiritual al mismo tiempo? Y si fuese así, ¿no estaríamos traicionando en el intento los principios de uno en detrimento del otro?

Anónimo dijo...

Las sensaciones a lo largo del ejercicio se suceden rápidamente: del desconcierto primero a la absoluta verguenza habrán pasado tres minutos. Pero bueno, hay que hacerlo. Cierro los ojos, hace mucho calor. Como las pocas otras veces que intenté meditar, lleno mi cabeza de pensamientos del tipo: “Ya viene, ya viene la iluminación”, o: “No puede ser que no sienta nada”, o: “Tu puedes, muchacho, convierteté en silla, en cosmos”. Pero nada.
Escucho la voz del profesor, espero atento el desenlace de esto. Se me ocurre terrible.
Una vez prendida la luz hay que mirar a los ojos de los compañeros. Se prende la luz. Empiezo a mirar, a buscar la presa. Tres personas me miran, pero dura poco, no sé si es por mí o por ellos. Empiezo un zaping frenético de mirada en mirada. Busco algo que no sé qué es. Busco un nuevo satori mirando en los ojos de alguien que está tan asustado como yo.
Alguien en el fondo se tienta, es contagioso. Las manos me sudan, siempre lo hacen, pero ahora mojan. Me siento observado y, con razón, creo que lo estoy.

Anónimo dijo...

Mirarte…sin hablar me resultó una forma de comunicación cara a cara inusual y bastante difícil de llevar a cabo justamente por su carácter no verbal. El hecho de no poder tener el control de la palabra para “someterme” al de una mirada impidió que pueda relajarme y comunicarme con el otro.
La comunicación mirada a mirada es peligrosa porque no te deja mentir y revela lo que realmente te pasa y lo que sos en la medida en que no podes hacer uso del poder del discurso para construir tu realidad.

Anónimo dijo...

Todos los intentos de relajación previos se desvanecieron en cuanto la consigna hablo de buscar miradas; en ese momento la tensión se instaló en el aula, los ojos estaban cerrados pero se podía ver...abro los ojos sabiendo a quien voy a mirar y me mira, pero es difícil y bajo la mirada. El resto del ejercicio fue a medias, porq me quedé pensando en la primer mirada y mi actitud. Mantener la mirada no sólo transmite sensaciones, se trata de una demostración de fuerza -interior, se podría decir- y bueno, yo ya conocía mi debilidad..

Anónimo dijo...

No sé si era un momento oportuno para meditar...pero me dejé llevar y cerré los ojos, me concentré en el silencio y la voz...sentí mi cansancio, sentí el peso de mis brazos, mis piernas, mi cuerpo. Los minutos pasaron y comencé a inquietarme. La luz se encendería y tendría que establecer un contacto visual con alguien, me incomodaba la situación. Pero para eso faltaba, podía aun resguardarme en la oscuridad del aula.
Llegó el momento de abrir los ojos. No sabia que hacer, me sentía observada aun sin estarlo...esperé unos segundos y los abrí. Efectivamente, me descubrí expuesta, tal como estaba imaginando. Pero no era la única, sentí que a todos, aunque sea un poquito, les incomodaba la situación. Busqué una mirada, no pude sostenerla, los ojos se me cerraban. Las miradas eran frágiles, pasajeras, un tanto esquivas, como quien mira sin querer mirar... Así me pasó con el siguiente intento, el que le siguió y el que vino después también...Solo una vez logré establecer un contacto de miradas, fue tan fuerte la mirada del otro que me inhibió demasiado y terminé por esquivarla.
Resultaba extraño intentar establecer un contacto con alguien que estaba en mi misma situación, parecía difícil lograrlo, y claro que lo era. Todos éramos observados y observadores, me incomodaba sentirme observada y saber que el otro sabia que yo lo observaba también incomodaba, supongo, al menos eso transmitían esas miradas fugaces.

Anónimo dijo...

El ejercicio de la clase pasada me hizo poner muy incómoda y relajada, a la vez. Incómoda porque me estaban pidiendo algo que nunca había experimentado antes, por lo menos, no en la facultad. Siempre está el miedo al ridículo pero, sin embargo, luego de sentir que todos se sentían tan nerviosos e incómodos como yo, empecé a relajarme. Debo confesar que nunca supe si alguien me miró o no, yo empezaba a buscar miradas, algunas parecían que me miraban pero como tenía gente adelante mío dándome la espalda, nunca supe si esa mirada era para mi o para la otra persona. Estaría muy bueno que este ejercicio lo implementaran todas las materias para poder sacarse el nerviosismo y la incomodidad del "qué dirán".

Germán A. Serain dijo...

En el primer comentario, Sabrina dice que “se sintió objeto”. En el segundo, Carolina dice que por momentos parecía que la mirada decía: “perdón, no estoy tratando de incomodarte; la consigna es así”. Hernán, en cambio, habla de complicidad, y hasta de comunicación; pero no siempre, sino sólo en algún caso. Andrés me adivinó la intención: la de dar clases acostado boca abajo en el escritorio; tendré que cambiar ahora de idea (¿en serio ha pasado algo así en otras materias?). Pero me gustó, sobre todo, su riesgoso intento de llevar la experiencia fuera de los límites del aula. A diferencia de Juan Pablo, que tratándose de miradas prefirió “hacer la vista gorda”.

Mariel se avergüenza, pero también descubre que hay cosas que la mirada nos permite descubrir. Sebastián se pregunta si no estaría haciendo el papel de tonto. Y después se fue para el lado de los tomates, suponiendo que en medio de la oscuridad o las miradas la idea era que alguien se iluminara. (De todos modos y al margen de todo: ¿vieron que cuando alguien tiene una idea a veces se dice que “se iluminó”?).

Diego descubre al otro. Francisco se confundió (no, muchacho, la idea no era que te convirtieses en silla, ni en nada semejante... sí en cazador, creo que ahí acertaste, aunque también en presa). Soledad sintió que se la sometía (upsss), y tira una palabra curiosa: “peligro”. Ana Belén... ¿estuvo al borde de un desmayo? María Eugenia esperó a escribir su comentario para protestar, pero igual le sacó jugo a su comentario. (Bien hecho...). A Sol, chicos, por favor, no la miren demasiado (seguro que tienes otras fortalezas, niña, no tengas dudas al respecto). Mariela quería aprovechar el rato para meditar, pero no pudo; y es que no era la idea: relajarse y meditar son dos cosas diferentes. En cambio se descubrió expuesta. Buscó una mirada, no pudo sostenerla, los ojos se le cerraban. Dice que las miradas eran “frágiles, pasajeras, un tanto esquivas”, pero luego encontró se con una mirada tan fuerte que terminó por esquivarla.

Lo mismo que Cyntia (que también en algún momento reconoce su “debilidad”), no quisiera ser repetitivo. Pero quiero destacar la individualidad de cada uno de ustedes. Porque de alguna manera este ejercicio sirve para que descubramos la presencia del otro, su irrepetible condición humana. Es estar, como dice Francisco, cómodos en la oscuridad; pero si queremos hablar de comunicación (y de estose trata, mis futuros comunicólogos) no tenemos más remedio que aceptar encender la luz y mirar al otro.

Para los comentarios que sigan: me interesaría ahondar un poco en los porqué. ¿Cuál es el motivo por el cual sentimos todas estas cosas que ustedes van descubriendo y describiendo en sus experiencias? ¿Por qué la vergüenza? ¿Por qué el tema del poder, como si de verdad fuese posible tener influencia sobre el otro a través de la mirada? ¿Tiene algo que ver esto con el famoso "mal de ojo", por ejemplo? ¿O con que muchas culturas representen a la deidad como un globo ocular, que todo lo ve? ¿O con las delicias propias del Voyeur? Sigan participando.

Anónimo dijo...

Creo que el sentimiento que podría definir mi sensación en el final de la clase pasada es el extrañamiento. TAmbién la novedad de la experiencia y una complicidad que nos envolvía a todos en algo que, tal vez, no comprendíamos. Fuimos exibicionistas y vimos, sin el cerrojo de la puerta para ocultar nuestra mirada. Sobre el piso y la pureta me deslicé. A veces miré, me dejé ver... Eso sí, no salí con dolor de cabeza. El mal de ojo quedó fuera esta vez. Sin embargo, el calor se encargó de evidenciar el dejo de vergüenza que sentí ante la mirada profunda de los demás.

Anónimo dijo...

Cuando cerré los ojos y oí mi respiración por sobre aquel silencio creí que estaba yo y nadie más. Pero abrí los ojos y dejé de ser un yo para mí para pasar a ser un yo para otros. De repente me vi inundada entre muchas otras caras que se miraban y esa profunda soledad que había sentido unos segundos antes se había desvanecido por completo. ¿Qué habré transmitido con mi mirada? No lo sé y jamás lo podré saber, a menos que tenga la posibilidad –tantas veces deseada- de despegarme de mí misma y observar mi propio rostro de frente. Por eso no puedo saber absolutamente nada de lo que habré transmitido pero sí puedo afirmar con certeza lo que me han transmitido otros rostros. Digo “otros rostros” pero en verdad mi mirada se concentró en uno solo. Sus ojos bien abiertos mantenían casi siempre la mirada en una misma dirección, aunque por momentos se mostraban inquietos, como iniciando una búsqueda. De pronto me encontré, yo misma, fijando mi mirada en otros rostros como si buscara algo también, pero ante la sensación de estar siendo observada, me cohibí y volví a aquel rostro inicial. ¿No será que sentía que esas miradas se apoderaban de mi rostro para robármelo? ¿No será entonces que buscaba en otro lo que sentía que me faltaba? Creo que no es casualidad que haya logrado fijar mi mirada solamente en alguien que transmitía, a través de su mirada, una carencia, como buscando algo.
Ahora pienso que lo que yo necesitaba era identificarme con alguien. Y sin mediar palabra, fue como si me pusiera en su lugar y me mirara a mí misma. Por algo –y creo que no es un dato menor- esa persona se encontraba justo en frente mío.

Anónimo dijo...

Soledad, sueño y tranquilidad. Son las tres palabras que se me ocurren para describir lo vivido durante aquella experiencia. No obstante, no puedo considerarla en su totalidad sino que debo dividirla en dos momentos: en primer lugar, “la oscuridad total”; en segundo término, el cruce de miradas. Así, durante el primero experimenté tanto soledad como sueño. O mejor dicho, al sentir que me encontraba completamente solo en el lugar (aunque no fuera así en realidad), me sobrevino una sensación comparable a la de un estado de ensoñación (o al menos de somnolencia). Luego, durante el segundo momento, el saber que las miradas de otras personas se posaban en mí me produjo una extraña calma. Digo extraña porque creo que, por lo general, cuando nos sentimos observados llegamos a experimentar distintas cosas excepto tranquilidad. Bueno, en todo caso, es lo que me ocurre a mí con frecuencia. De todos modos, yo definiría lo ocurrido durante toda le experiencia como de una rareza particular, y como algo que sólo puede ser descripto de inmediato y con total espontaneidad. Es decir, sin pensarlo mucho.


Ariel Vicente Berns
Psicología de la Comunicación
Prácticos Comisión Nº 06 – Ju. 19 a 21 hs.
8:05 PM

Anónimo dijo...

Considerando las opiniones que expuestas, con las que coincido en buena medida ya que, fue un poco incómoda la situación de mantener esa forma de comunicación. Resultaría interesante preguntarse acerca del motivo de la incomodidad, ¿por qué esta sensación se impuso ante una práctica tan sencilla como el leer en los ojos del otro?
Simplificando a grosso modo y soslayando las reflexiones provenientes de la próxemica, la psicología, y otras disciplinas que pueden hacer su aporte al tema, podríamos sostener que no estamos habituados, paradójicamente, a establecer una forma de comunicación tan franca, que prescinda de lo simbólico, y que nos “deje al desnudo” en un intercambio en el cual no podemos especular con un código (a no ser que lo invoquemos haciendo un guiño por ejemplo).
Leer la mirada del otro implica exponerse a la posibilidad de que se vulnere una de las dimensiones comunicativas más expresivas del hombre. Hay cosas que la mirada no puede ocultar, tampoco puede dejar de comunicar, quizás sea por ello que sólo buscamos leer la mirada en situaciones excepcionales, cuando buscamos verdad, cuando queremos hacer sentir la cólera, cuando queremos expresar algo difícil de enunciar, etc.
Por otra parte la comunicación visual no nos permite regular el intercambio comunicativo. Se puede leer la mirada, pero no podemos inferir de manera precisa que es lo que se nos esta expresando, no podemos realizar especulaciones o inferencias “sobre la marcha”, no podemos leer connotaciones, lo no dicho por la lengua o cualquier otro sistema de significación. La mirada es puro significado, carece de materialidad, es decir se disocia de lo significante.
Es por esto que la experiencia de establecer una comunicación visual se torna incómoda cuando se nos pide que abramos nuestra mirada a un extraño, escrutar en los ojos de otro no es una práctica corriente, y esta practica, como todas, esta socialmente regulada.

Marcos Juan

Anónimo dijo...

Cuando se apagaron las luces y se anunció el tipo de ejercicio que realizaríamos a continuación, el corazón me empezó a latir más rápido -como una leve taquicardia- y también surgió en mi interior una risa interna que tuve que controlar. Luego sentí un poco de miedo por el momento en que se prendieran las luces y debiéramos mirarnos a los ojos. Sin embargo, cuando se prendieron fijé mis ojos en un chico que estaba cruzando "la ronda", del otro lado del aula y mantuve la mirada allí durante casi todo el tiempo. Este chico al cual miré estaba mirando a otra persona, por lo cual me fue evidentemente más fácil mantener la mirada en él. Sentí -mirándolo- que dentro de él había un niño. Su mirada me pareció verdadera, sincera y tal vez, con un poco de miedo. Luego, después de unos minutos, pensé en las miradas que podrían estar fijadas en mí y me sentí muy observado, casi desnudo. Cuando el ejercicio terminó, sentí que todos estábamos más unidos, que eramos cómplices de algo, porque habíamos hecho algo juntos, habíamos compartido algo.

Anónimo dijo...

Apenas terminó el ejercicio, me pregunté (y ahora que leo los comentarios lo vuelvo a hacer) si hacerlo con personas conocidas hubiese sido más cómodo. Probablemente hubiese ganado la tentación a la risa, o la falta de entrega. Pero el hubiese no es válido ni en la historia, ni en la experiencia personal. Al principo le pifié con el ejercicio. Abrí los ojos con la idea de poner a prueba a quien tenía enfrente, ver cuánto podía sostener la mirada. Me encontré con otra cosa. Al que le costó fue a mí, y la actitud desafiante rápidamente se convirtió en incomodidad y prisa para que el ejercicio termine. De todos modos, saqué en limio una cuestió a mi entender bastante piola. La comunicación en ese momento a través de algo que no era las palabras ni otra imagen más que nuestros ojos. Una buena experiencia, aunque no sé lo esencial permanecía invisible.

Anónimo dijo...

Para cerrar los ojos y relajar el cuerpo me saqué los lentes (soy miope), cuando los abrí y busqué la mirada de otros, ví borroso. De todas formas, la vista se corrigió unos segundos después (no es grave mi miopía). Las pocas personas que respondieron a mi mirada estaban serias. Yo no pude contener la risa. Una sola persona se rió mientras nos mirábamos, creo que con sus ojos me dijo: "Sí, a mi también me da risa". Mientras tanto me exigía: "No te rías, tenés que estar serio", a pesar de que la seriedad no fue parte de la consigna... En fin, fue una situación que me provocó risa, puede que haya sido por la incomodidad de estar en silencio y mirar a los ojos a extraños (algo que evitam
os constantemente)...Sea como sea, por un momento sentí que esa persona y yo dialogábamos con los ojos.
Agostina Riganti

Anónimo dijo...

El ejercicio de relajación y posterior juego de miradas me han dejado pensando en muchas cosas referidas a lo sensible. Por supuesto, todas ellas surgen a partir de cómo me sentí en la interacción visual con gente casi desconocida, y lo que podía percibir en ellos: incomodidad, falta de espontaneidad, esfuerzo.
Hay un conjunto de sensaciones irresueltas, difíciles de precisar . Sin embargo, el temor es el sentimiento que podemos percibir con mayor inmediatez en el acto de mirar. En tanto poseamos este sentido, el fenómeno de mirar se convierte en algo inminente. Uno no deja de ver por propia voluntad, el hábito social hace que necesitemos de él cotidianamente y es inevitable el encuentro con otros.
Hay una irreversibilidad en el contacto, el cual ejerce la mirada ajena sobre uno, como si ésta quedara inscripta en el propio cuerpo. Está ahí afuera y lo miro; Me mira porque yo estoy afuera. Nos convertimos constantemente en el objeto del otro, quien nos hace objeto y luego deshace en sujeto a su antojo, con solamente parpadear. La intimidación parte de esta interacción visual que, a su vez, involucra el contacto corporal. El cuerpo como soporte de los sentidos y de nuestra propia identidad. La mirada irrumpe en mi como un invasor que entra en territorio ajeno. Se lo puede sentir como un acto de poder, de subordinación.
Por mi parte, no encontré mirada que me correspondiera. De todas formas tengo la sensación de que pocos pudieron establecer un contacto directo con otros. Algunos apuntaban su vista a la oreja del compañero, el cuello, la comisura de la boca o sencillamente los ojos dirigidos a otro rostro.

Anónimo dijo...

Coincido con mis compañeros acerca de la enorme incomodidad que me provoco este ejercicio. Al menos lo que puedo decir acerca de mi experiencia es que me costo muchísimo mantener la mirada en una persona. Empecé a entrar en color y al rato me di cuenta que se me había hecho imposible cumplir con la consigna ya que cada vez que encontraba una mirada en mis ojos cambiaba enseguida el rumbo de mi vista. Luego me decía a mi misma “bueno ahora debo tratar de no sacarle los ojos al próximo” y en cuanto aparecía ese otro miraba al piso con bronca porque no podia cumplir con lo que habia que hacer. Así que este ejercicio me provoco bronca porque no pude cumplir con lo pedido. ¿Porque tanta vergüenza, tanta incomodidad si yo cuando hablo y mantengo conversaciones miro a los ojos sin ningun problema?

Anónimo dijo...

Respuesta a Sofía: Tal vez sea porque cuando mantenés una conversación, esa acción la llevás a cabo vos; vale decir, poseés (o intentás tener, al menos) un cierto control de la situación. Mi hipótesis es que en el momento en que reconocés que has perdido ese control, la vergüenza es inevitable.